“EL PRÓLOGO”
El día
dieciséis de mayo ya estábamos dirección Sagres–Portugal-
con las motos repartidas entre furgoneta y remolque para poder partir dos
días después desde aquella localidad
con las máquinas a punto. Así contado parece fácil,
pero hubo un grandísimo trabajo detrás de todo esto. Todos colaboramos como buenamente
pudimos en
los meses previos, siendo Cali y Willy los más inquietos del grupo, pero el
peso del trabajo de
esos dos primeros días de partida le
tocó a los más entendidos en mecánica, Jaime y Lino, que entre desmontar las
motos para hacerles sitio en la furgoneta y montarlas una vez en destino, se
pegaron una buena paliza,
y además a Cali y Javi, que también tuvieron lo suyo con los coches de alquiler, así
que habíamos previsto una jornada previa de descanso antes de partir en busca
de lo desconocido, que todos agradecimos.
Para mí fue un día de lo más
inquietante. Las ganas de que llegara ese momento en el que todos partiríamos a
la aventura, por el que llevaba esperando meses estaban acabando conmigo.
Necesitaba saber de mis capacidades entre un grupo de endureros para los que rodar
por el campo resulta totalmente natural, forma parte de sus vidas. Por el
contrario yo estoy empezando a dar un paso más en mi incesante inquietud por descubrir
qué más me puede ofrecer esta maravillosa pasión por las motos que ya es parte
de mi propio yo, pero siendo mis primeros pasitos y consciente de mi falta de
madurez en campo, estaba inquieto y solo esperaba no interceder demasiado en la
aventura del resto de compañeros y saber leer el terreno para tomar las
alternativas correctas antes de ver frustrada mi etapa y la del resto. Esa era mi
idea inicial.
ARRANCAMOS.
La
corneta sonó a las
seis y media de la mañana del domingo dieciocho
de mayo, pero entre unas cosas y
otras no conseguimos partir del
Cabo de Sao Vicente a la hora prevista.
La sorpresa sería
previa al pistoletazo de salida, a escasos
metros del punto de partida, donde decidimos complicarnos
la vida con un puñado
de kilómetros de arena,
que nos hizo prever un día de
lo más agotador. Yo no daba crédito de lo que estaba sucediendo. Acabábamos de
salir del camping a primera hora de la mañana y ya estaba sudando en ese mar de
arena como nunca a tan temprana hora lo había hecho. Al llegar al faro todos
comentábamos lo mismo y eso me tranquilizó. Saber que aquello nos había cogido
a todos por sorpresa y no ser yo el único sufridor, me sosegó. No volveríamos a
saber nada más de la arena, pero si del polvo en suspensión, que fue mucho,
demasiado.
Hasta mediodía disfrutamos
del recorrido sobre buenas pistas para abrir gas y saboreando las nuevas
sensaciones de estar emprendiendo un reto. Ya con el sol en perpendicular la
cosa empezó a ponerse interesante de cortafuegos, trialeras y
demás delicias para el endurero que
en cualquier otra circunstancia sería motivo de celebración, pero con
tantísimos kilómetros por delante, la geografía, mi primera caída, la
navegación y algún que otro despiste, nos
rompían de
cuajo las previsiones para poder llegar a destino antes de la puesta del astro
rey. Sí, a mediodía todo se empezó a complicar con subidas y bajadas imposibles
y en uno de esos inquietantes descensos y al verme incapaz de parar la moto
antes de colisionar con los compañeros que me precedían, clavé el freno
trasero, crucé la moto y al suelo, sin mayor consecuencia que el verme
desparramado ante una situación que se me escapaba de las manos, pero con
buenos consejos y ayuda siempre se sale de todo. Luego se sucederían otras
subidas complicadas. En una de ellas, a media asta, me quedé estancado y
mientras veía subir a los profesionales como quien sube la compra al coche,
Javi se apiadaba de mí y con un poco de inercia y mientras se rascaba un cojón,
me aparcó la moto en la cumbre en un abrir y cerrar de ojos. No daba crédito.
Llegó otro descenso de muerte y decidí bajarlo fuera de la moto y con ésta
apagada, pero resultaba imposible. Mis piernas no nos sostenían a ambos y mis
pies resbalaban como por aceite, así que la moto se me cayó unas cuantas veces.
Mi ángel de la guarda esta vez fue Víctor, que sacó una eslinga de la mochila y
la amarró al colín de la moto restándome mucho peso y salvándome la vida. Aún
así el esfuerzo fue brutal y al llegar abajo me vi sin fuerzas para poder seguir.
Estaba destrozado, desmoralizado, sin aliento. Jaime me ofreció de su camelback
bebida energética y así fue como empecé a revivir, pero decidí hacerme el
puñado de kms que restaban hasta la gasolinera, por carretera.
El resto de la jornada fue relativamente
fácil pero casi siempre en busca del track, así que el retraso acumulado a
última hora del día obligaba a terminar la etapa haciendo unos buenos kilómetros de asfalto. Aun así ese día cayeron 250 kilómetros de tierra,
polvo y calor.
EL PRIMERO DE TANTOS.
A la
mañana siguiente nos despertamos en Serpa con muchísimas ganas de tirar fuerte
y así lo hicimos, pero una vez más el tantísimo polvo y la retorcida geografía
nos estaban entorpeciendo
la marcha y
la media de kilómetros se
veía disminuida a cada hora que pasaba, sin que tal circunstancia impidiera el
disfrute de estar haciendo exactamente lo que en ese preciso
instante deseábamos con todas nuestras fuerzas. Las caras lo decían todo. Carcajadas
espontáneas en los momentos de descanso y comentarios de lo que a unos y otros
nos venía ocurriendo sobre la pista eran fiel reflejo de lo que estábamos
disfrutando y entre unas cosas y otras llegó nuestro primer vadeo, que quisimos
inmortalizar como si fuera el último y es que la ocasión lo requería. En realidad
todos esperábamos poder retratar un buen chapuzón, pero no fue posible,
enfundamos las cámaras y seguimos la ruta sabedores de que no sería el último,
ni mucho menos. El hecho de estar en plena aventura se hacía más tangible a
cada instante y a cada kilómetro que pasaba me sentía más y más cómodo con el
gas, con la rueda deslizando y con las reacciones de la moto, disfrutando
muchísimo y aguantando el ritmo natural que se imponía en el grupo. Hoy estaba
bajando cortafuegos de vértigo y subiendo paredes que nunca me hubiera
imaginado y eso me hizo recobrar la confianza perdida el día anterior, que
buena falta me hacía. La tarde fue una maravilla de extensos campos de olivos
que nos insuflaban aire puro en los pulmones, pero una vez más, la noche se nos
vino encima y la etapa hubo de ser
culminada con
los tacos sobre el asfalto. Resignados llegamos a Castelo de Vide.
Esta segunda jornada sería
zanjada con 265 kilómetros de pistas, más polvo, montes, prados y hasta
navegando con un track que parecía huidizo, lo que convertía al guía de
turno en pieza clave para sumar kilómetros.
DEL AMOR AL ODIO.
Castelo
de Vide amaneció
con una tenue y agradable lluvia, así que ya no sería de esperar ese molesto talco inhalado
los días anteriores. Esta comarca está agraciada con una vegetación y caminos
dignos de pintorescos cuadros, pero
cuando ya empezábamos a calentar sobre nuestras monturas se produjo el primer
pinchazo en
la moto de Angelito que nos rompió el lienzo, y
estando a poca distancia de Miguel, nuestra imprescindible asistencia, y para
no aminorar la marcha a tan temprana hora, decidimos quedar con ambos en
el próximo punto de repostaje con el problema resuelto mientras el resto
continuábamos el track previsto y así fue. No sería la última incidencia de un
día marcado por la mecánica en ruta y a media mañana una pérdida de potencia en
la moto de Lino, que no sería más que una piedrecilla en la válvula de escape, y
por la tarde la rotura de la cadena de Javi, pondrían a prueba los
conocimientos mecánicos del propio Lino que lo acabaría resolviendo todo en su
línea habitual, rápido y sin mayor problema. Por la tarde aquellas gotas se hicieron
aguacero y los charcos trampas de barro y lo empecé a pasar mal. Mi rueda
delantera (tkc80 120/70/17) y el barro, reaccionaban como agua y aceite y
cortar gas sobre esa arcilla movediza aumentaba exponencialmente la posibilidad
de una caída, así que intentaba pasar el barro abriendo gas fuerte para restar
aplomo al tren delantero y la cosa funcionaba. Decir que al no haber demasiadas
roderas la operación resultaba sencilla y eficaz. Me la estaba jugando, pero
notaba que la probabilidad de caerme así era menor y la cosa salió bien. A la
altura de Pena García y ante el cortafuegos más impresionante que vi en mi
vida, de una distancia y pendiente imposibles y sabedor de que llegaría abajo
arrastrando la moto por el barro, algo me salvó la vida. La lluvia se
intensificaba y se nos hacía tarde. Lo hablamos y nos rendimos. Con la
unanimidad del grupo, tuvimos
que dar por terminada la
jornada. Ese pudo haber sido el descenso más épico de esta aventura, pero cuando
la seguridad se ve comprometida en un grupo tan numeroso y dispar, una decisión
así siempre es la correcta.
Nuestra llegada a Sabugal fue
terrible, bajo lluvias torrenciales, ráfagas fuertísimas de aire y
mucho, mucho frío. No estábamos preparados para semejante temporal ni
logística, ni física, ni mentalmente hablando. Nos emparapetamos como
buenamente pudimos con bolsas de basura, que poco hacían ante la furia que nos
estaba cayendo, así que resultó la maldita hora más dura que recuerdo sobre la
moto. Llegamos entumecidos a destino sin apenas poder movernos de la tensión
que el frió y el agua nos habían generado.
Ese día tardamos algo más en
ponernos con el cachondeo de todas las noches, pero al final, ya duchados y con
los estómagos llenos, nos relajamos y disfrutamos de la buena compañía de cada
día mientras nuestras vidas secaban al pie de una lareira.
Con 210 kilómetros de ensueño,
hambre de muchos más y una terrible pesadilla, cerramos este episodio y hasta
el día siguiente.
EL SUSTO.
Los ánimos después
de la mala experiencia del día anterior con tantísima lluvia, estaban por los
suelos, pero como nadie había prometido que aquello fuera fácil, esa
mañana nos pusimos nuestras equipaciones aún húmedas y regresamos a los
caminos. Poco después los ánimos había cambiado, todo parecía estar ya en su
sitio y nadie se acordaba de lo sucedido. La culpable era una autopista de
arena en
su punto perfecto de humedad que parecía estar esperando virgen por nosotros, hizo
las delicias de todos y cada uno. Yo lo disfruté muchísimo, aquello estaba
hecho para mi tranganillo, así que adelantar el cuerpo y abrir gas para hacerla
derrapar en las curvas acabó por resultar de lo más natural. En la siguiente
parada las sonrisas en nuestros rostros no dejaban lugar a duda, parecíamos
niños con zapatos nuevos, acabábamos de disfrutar con el gas como pocas veces.
Mas valles, ríos y montañas nos acompañaron el resto de la mañana,
pero sobre todo, a mediodía, mucho frío que nos hizo parar durante un buen rato
en una gasolinera fronteriza con España, en la que nos esperaba la asistencia
con todo lo necesario para reponer fuerzas y seguir tirando. “Acampamos”
en el bar de al lado, repusimos fuerzas, achicamos toda el agua que pudimos con
los secadores de Mar y del propio local y nos fuimos de allí como si aquello lo
lleváramos haciendo cada día de nuestras vidas.
La tarde parecía no ser
complicada en
cuanto a violencia geográfica,
pero las intensas lluvias que nos habían precedido nos deparaban kilómetros de
barro, unas veces más explícito que otras, pero siempre constante bajo nuestras
ruedas y
llegó la caída del día. Una vez más era yo el afectado y con el gas bien
abierto, había consecuencias mecánicas que lamentar. Palanca de cambio y
depósito roto. Por lo demás yo era una croqueta de barro sin daño físico
alguno, pero lamentosa apariencia, y mi cámara “on-casco” aparecía unos metros
más allá con el soporte roto. El estado de mi queridísimo “tranganillo” no me permitió
más que continuar por asfalto. Lo siguiente fue quedarme sin gasolina,
afortunadamente, en el mismo centro de un pueblo provisto de un ridículo
surtidor. Fui ayudado por un chaval a empujar la moto hasta la prometida “gasolinera”
y sudé tinta china para alcanzar Aldeaduero a punta de gas y con los escasos
tres litros de reserva que el maltrecho depósito me permitía llenar. Y llegué
claro!. Me presenté en la recepción del complejo turístico más parecido a un
minero que a un motero, me alojaron en un apartamento para mi solito del asco
que daba, me duché y esperé en cueros a que llegara la asistencia con mi equipación
de ser humano.
El resto del grupo continuó la marcha por los
caminos y senderos dominio del río Duero para culminar una de las más hermosas
etapas.
Al acabar la cena Lino se hizo cargo de los
problemas del depósito y con unas resinas que se había traído Jaime, me selló
el soporte roto por donde perdía y a secar. ¡Un lujazo de compañeros!. Me tomé
un par de copas con Willy, Nacho, Javi, Angelito, Cali, Lino y alguno más y me
fui a la cama con la inquietud del que no sabe de su futuro. Faltaba comprobar
que aquello no perdiera gasolina y reparar la palanca de cambio. Toqué toda la
madera que se me puso delante y crucé dedos y pestañas.
Ese
día no fueron más de 170 kilómetros de campo, pero el terreno obligaba a una
etapa relativamente corta, que fue lograda sobre el track previsto.
Puse el despertador para antes de lo habitual
y manos a la obra. En media hora ya tenía el depósito montado en su sitio con ambos
grifos conectados, comprobada su estanqueidad y había retirado la palanca de
cambio para que los manitas hicieran el resto. Taladro, tuerca, tornillo con un
tubito plástico y cinta americana. ¡¡“Meutranganillo” estaba listo para
continuar!! Mi alegría rozaba la estupidez y aunque Lino ya me había advertido
el día anterior de que todo tenía solución, desconfiado de mi, tenía bajo aviso
a la parienta para que, en caso de necesitarlo, me enviara a Ourense el depósito
de 11L que tengo en casa. No quería arriesgar nada. El caso es que nunca había
contemplado la posibilidad de verme fuera de la “Trans” y no permitiría que
aquello sucediera, y así era, estaba en ruta, mas consciente que nunca de lo
que había salvado y prometiéndome mayor sensatez para no resultar sometido a
una nueva nominación.
ASCENSO DESDE LA SIMA.
Aldeaduero nos despedía con una temperatura y
humedad perfectas para el enduro, sabedora de lo que tocaba afrontar. Salir del
cañón que en ese punto dibuja el río Duero no era cosa fácil. El desnivel que
tuvimos que salvar es para verlo, hay que vivirlo, y todo aquello nos hacía pensar
en la posibilidad de estar ante una de las jornadas más devastadoras de nuestro
periplo, cuando de avanzar kilómetros se trata. Ascendí todo lo que pude hasta
llegar a un punto en el que me la jugaría seguro en caso de seguir. La
inclinación, las piedras brillantes por la humedad y pulidas por el tiempo, me
indicaban el camino de vuelta y así lo hice, bajé todo lo subido y me acerqué a
la gasolinera donde habíamos quedado en repostar, que estaba a escasos cinco
kms. Los demás continuaron el ascenso y una vez alcanzada la cota más alta, se
acabaron las penurias y el resto del día permitió seguir a buen ritmo cuando el ganado que nos salía al paso lo permitía claro!, disfrutando de un paisaje que cada vez nos resultaba más familiar por su
montañosa geografía y gracias a su amigable senda pudimos completar unos 240 kilómetros
de belleza rural y caminos, montes y vadeos, llegando a Vinhais tras una de las
etapas más fructíferas, no sin antes haber reparado un pinchazo en la moto de Víctor,
que no llevaría más que unos pocos minutos y un montón de risas.
GALICIA.
Nuestro alojamiento estaba en pleno track, así que no tardamos demasiado en
calentar por los bosques de la comarca y jugando entre fronteras, sin darnos
cuenta, habíamos entrado en Galicia y las dificultades que asolaban nuestro camino
empezaban a constatar tal circunstancia. Podría haber sido un día de
sufrimiento para mi, pero no, el destino me había agraciado con una Sherco 300
pata negra, mientras mi moto cumplía un cometido más asfáltico acercando a un compañero
hasta Ourense por motivos personales, así que este día resolver cualquier
obstáculo me resultaba fácil y sencillo, una gozada que me permitió disfrutar
de los paisajes y de la ruta en si misma, más que cualquier otro día. Esa sería
la tónica de la jornada, salvar obstáculos y disfrutar de las hermosísimas vistas
y rincones que la provincia de Ourense brinda sin pedir nada a cambio. Nada más
que concentración y compañerismo, que nos permitieron dar fin a este precioso
día de ruta en la misma y homónima capital de provincia, agraciados con 215 kilómetros
de impresionantes montañas, ríos, cascadas, campos y senderos gallegos. El
saldo de reparaciones de hoy sería exacto al de ayer, con un pinchazo en la
moto de Mar que aludimos justo antes de partir de la última gasolinera y reparado
en el acto.
Para mi la aventura llegaba a su fin y sabedor de que con mi moto por
Galicia y con hora de llegada a Pontevedra, no haría más que complicarme la vida
y la de los demás, decidí que mi último día de “Trans” sería por asfalto en su
mayoría, así que me relajé y disfruté de la noche jeje.
LA
LLEGADA.
Trans-Portugal 2014 agonizaba en sus últimas horas de vida. La noche
pasada habíamos disfrutado de una buena cena en grupo y comentado tantísimas
anécdotas que ya siempre formarán parte de nuestros más valiosos recuerdos,
pero habíamos adquirido el compromiso de llegar ese sábado veinticuatro de mayo
a la ciudad de Pontevedra y nada nos haría fallar en nuestra palabra. El track resultó
difícil y en ocasiones confuso por lo que me comentaban los compañeros, lo que les
hizo sumar más kilómetros de los prometidos, pero siendo la ruta más corta de
todas las ideadas para esta primera edición y casi sin comer, a las ocho de la
tarde, Cali, Jaime, Angelito, Nacho, Mar, Víctor, Willy, Xabi, Lino, Javier, Miguel,
Juana y yo, llegábamos a Pontevedra, donde nos esperaba una recepción entre amigos
y familiares que a más de uno consiguió emocionar.
TOCA:
REFLEXIONAR.
Ahora lo veo claro. Lo haría otra vez y con la misma moto, pero con llantas de
campo. El caso es que si la “trans” estuviera conformada por motos trail, la
mía no habría ni llamado la atención. Todo se habría resuelto para seguir
tirando por zonas más “trail” y ahí, con la mía, no habría problema alguno,
salvando el barro claro!. El piloto es otra historia jaja. El caso es que
además de ser la única montura del grupo de marcado carácter trail, las llantas
de 17” la penalizaban todavía más y solo ahora soy realmente consciente de
ello. No es lo mismo salir a pistear un día cualquiera por “casa” e ir
resolviendo dificultades, que salir con un propósito diario bien definido y
entre motos 100% enduro, nada que ver, pero lo dicho, llantas camperas y
gassssssss!!!, seguiré en desventaja, pero la distancia se habrá visto reducida.
Y AGRADECER. Los agradecimientos se los debo a todos y cada uno de mis
doce compañeros de ruta. Me han ayudado siempre que lo he necesitado, física y
emocionalmente, dándome ánimos y mostrándose muy comprensivos en todo momento
con las dificultades que entraña mi moto en ciertos pasos complicados, por no
hablar de la asistencia mecánica y esos buenos consejos que siempre he intentado
asimilar y llevar a la práctica, haciendo de mi un piloto menos malo de lo que
era. ¡¡GRACIAS COMPAÑEROS!! Por todos y cada uno de esos momentos en los que me
habéis brindado una mano, aliento o consejo, que me han quedado grabados a
fuego. Os aseguro que para mi el mayor valor de la “trans” ha sido el humano.
Pablo, acabas de subir unos peldaños en mi escala de admiración. Impresionante, tio. Vaya aventura. Una cronica genial y unas fotos que te hacen ver que es tal cual lo que estás explicando. Felicidades y a por la próxima! (Moria)
ResponderEliminarjajaja eres un cachondo!!, pero gracias, me sacas los colores. A ver si la próxima es juntos jeje y si no puede ser pues nos vemos en Traspinedo!. Abrazos!
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