10 nov 2015

Entre Monegros y Loarre






Teníamos que dejar las motos montadas en el remolque antes del viernes, para que no se nos hiciera demasiado tarde la llegada a Almudevar –Huesca- y así lo hicimos. El martes quedaban las tres machines subidas al remolque y bajo cubierto en mi casa.
Y llegó el día. A las 13:30 del ansiado viernes Richy estaba en Santiago D.C. para salir rumbo oriente con todo atado y bien atado. Poco antes de llegar a Lugo recogimos a Antonio y ya estábamos!. El viaje fue tan entretenido que entre que nos poníamos al día de nuestras vidas, arreglábamos el mundo y enaltecíamos el poderío de nuestras monturas, nos vimos a la altura de Benavente y habiéndonos pasado el desvío de León, decidimos, a pesar de perder algo más de tiempo, tomar dirección Palencia en vez de dar media vuelta. Somos así. Siempre p’alante!. Paradita a tomar un pincho de tortilla, llenar depósito ya con la noche encima y carretera. El cielo estrellado pronosticaba un fin de semana de calor y buen tiempo que así sería.

A las once de la noche llegábamos a Almudevar donde nos esperaba puntual Álvaro. Manos a la obra para desmontar las motos… y … Las llaves!!! Noooooooooo!!. No me lo podía creer, me había dejado las llaves de la moto de Antonio y de la mía en casa. Mi pecho se hizo uva pasa y la ansiedad recorrió cada rincón de mi maltrecha estampa. Antonio se había traído las de repuesto, pero yo me las había dejado junto con mi vergüenza. Richy pronosticó: “por eso no hay problema!” mientras Antonio y Álvaro asentían tal afirmación y mi pecho recobró su tersura habitual. Como si con eso no fuera suficiente, en un despiste, mi moto decidió apearse del carrito ella sola y haciendo medio tirabuzón aterrizó sobre el suelo sin mayor consecuencia que el manillar medio torcido, poca cosa. Cenamos lo que buenamente nos pudieron preparar en el hotelito, en forma de jugoso bocata de jamón con tomate y a dormir, que mañana tocaba madrugar.




7:30 de la mañana en pie. Desayuno en casa de Alvaro y al coche. Teníamos que localizar un taller donde comprar unos “faston” para hacerle el puente a mi moto y allí nos fuimos. Hubo suerte y en el taller motero que frecuenta Álvaro nos obsequiaron con lo necesario para robar mi propia montura. A media mañana todo estaba solucionado.

Álvaro no nos podía acompañar por motivos laborales, pero nos facilitó un track que nos llevaría por una pequeña sierra del famosérrimo desierto de Monegros y allí nos fuimos. Richy con el track en su GPS, luego Antonio y por último el mendalerenda, también con el track cargado en mi pequeño Android.

Tanto Richy como yo estrenábamos 625 sxc, así que los primeros kms y en general todo el fin de semana, fue una primera toma de contacto con esta máquina que si bien ya sabíamos de ella por nuestras antecesoras, nos sorprenderían gratamente.

Me estaba costando bastante adaptarme a montura y terreno. Nunca antes había rodado sobre un firme semejante durante tanto tiempo. Es cierto que en Galicia tenemos pistas parecidas, pero muy localizadas, nunca acumulan tantísimos kms y me costó lo suyo hacerme a la idea de que la rueda delantera también tenía que deslizar. Las piedrillas sueltas y tierra seca no permiten ese agarre que sí proporciona la negruzca tierra de mi zona. Pistas rápidas y un sendero, alternando con alguna paradita para contemplar el entorno y comentar las primeras sensaciones, nos llevarían a La Plana –Robles-, donde conoceríamos a nuestro primer amor aragonés. Ambar 1900 que rica!!!. No habíamos hecho más que 53 kms pero la mañana llegaba a su fin y teníamos cita con Álvaro para comer. Barajamos la idea de retornar por carretera, pero luego de mensajearnos con Álvaro decidimos que por el mismo track nos debería dar tiempo a llegar sin quedar mal con nuestro anfitrión y así lo hicimos.

Sendero para arriba y luego pistas rápidas en las que Richy y Antonio abrieron gas como demonios, y la verdad que yo empezaba a encontrar el necesario “feeling” para poder seguirlos… o por lo menos intentarlo. Estaba disfrutando muchísimo notando bailar el tren trasero y dejando que el delantero se fuera un poco hacia donde la inercia lo llevara. Freno trasero entrando en curva junto con una sutil caricia al delantero y gas para salir haciendo que la moto fuera al sitio… y otra curva y más gas y una recta y gas! y gas! y gas! y gas!, derrapa! Mete la moto!, saca la pierna! Contramanillar y a disfrutar como un cochino!

Me lo estaba pasando realmente bien. Por un momento en aquel secarral había flores de colores, arcoíris y ninfas desnudas a caballo que coreaban mi nombre. Que pasada!. En serio!. Una gozada!!!

A los 25 kms de ruta me los encontré parados. A Richy se le estaban perdiendo las tuerquecillas que lleva el soporte reciclado del GPS que se había construido de urgencia reutilizando partes de otros, así que lo desmontó y a la mochila. Me tocaba hacer de guía.

Lo de ir navegando atendiendo al track es algo que me gusta y practico habitualmente, así que sin problema, pero bajando el ritmo, intenté llevarlos sanos y salvos a casa jajaja. Aún así disfruté mucho de esos 25 kms restantes hasta casa de Álvaro, donde nuestras caras lo decían todo y las palabras se nos atropellaban unas a otras antes de ser pronunciadas. Todos teníamos algo que comentar de ese retorno en el que tanto disfrutamos. Yo el que mas! Jajaja. Una miradita al resumen del track y 53 kms  en una hora exacta. Que pasada!. En Galicia para hacer los 30 ya te vas jugando el cuello, así que una media de 53 kms/h es impensable.

Álvaro tenía preparada una comida rápida -cíñanse al contexto! jajaja-, que es en lo que habíamos quedado para poder aprovechar la tarde. Así que después de haber saciado nuestro apetito, en grata compañía de su atentísima mujer Merche y encantadora hija Gala, que ni se la siente “miñapobre”, conocimos nuestro segundo amor aragonés.  El delicioso Lazo de Almudevar que nos zampamos de postre. Que rico por dios!!.

Y vuelta a las motos. Esta vez con el anfitrión a la cabeza, nos fuimos de turismo moteril rumbo Norte entre campos y campos aragoneses, hasta al embalse de Sotonera, con magníficas vistas desde su Atalaya. Fotos, risas y las pertinentes explicaciones de Alvaro nos situaban sobre el terreno visualizando la sierra que atacaríamos el Domingo. Perfecto!! De regreso la noche se nos echó encima, pero por esas gentiles pistas, no es un problema. Bajar el ritmo y a disfrutar del cielo estrellado sin perder de vista el terreno. Magia!.

Al pueblo llegamos por separado, pero al mismo tiempo. Álvaro les había dado paso a los locos de la pradera, que con problemas para frenar o dejar de acelerar se habían adelantado bastante y despistado en un cruce, mientras que Álvaro y yo nos ceñimos al camino principal. Pobres Richy y Antonio, no sé yo si darán con ese problemilla técnico que tienen. Ansia creo que le llaman jajaja

Llegamos a casa de Álvaro y lo primero que hizo fue sacarnos unas birritas frías conocedor de las necesidades del guerrero. Así que entre trago y trago, anécdota, carcajada y motos, motos y más motos como principal tema de conversación, poco a poco y con la pereza del que está disfrutando el momento, nos fuimos despojando de nuestras equipaciones. Ducha en el hotelito y a las nueve y media estábamos degustando los caldos de la tierra con Álvaro, Merche y la buenísima Gala que tan bien se portó durante toda la cena. Un variado de prácticamente todo lo que nos habían recomendado para cenar y grato charloteo entre amigos. Paseo nocturno por el pueblo con degustación de la espirituosa crema de orujo gallega y a dormir, que al día siguiente el despertador sonaría a las seis y media de la maña. Había que aprovechar desde el primer rayo de sol.




Sin haber amanecido aún y puntuales a la cita, a las siete y poco ya estábamos un día más desayunando en casa de Álvaro unos cafeses e infusiones con delicias dulces del pueblo para empapar. A las motos y gas!!.

Hoy tocaba la Sierra de Loarre, pero antes de llegar, paradita en Ayerbe. Álvaro nos tenía que mostrar en qué consistía el almuerzo aragonés. Se nos acerca el jefe del bar, nos ofrece una variedad de comida impropia para las nueva y media de la maña que eran, situándonos más en tierras vikingas que oscenses… pero así era. Tocaba pedir algo de comer. Nos costó. Creo que nuestros gallegos cerebros no están preparados para escoger entre huevos fritos, albóndigas, longanizas, pancetas y que se yo, a esas horas de la mañana. Por no hablar del asturiano cerebro de Antonio, que prefirió quedarse al margen. Pues venga, va!, unas albóndigas de esas y unas longanizas, birras y al carallo!, allí donde fueres, haz lo que vieres. Antonio lógicamente probó de todo. No había más que oler aquello para que la segregación bucal obligara al mordisco. Le dimos matarile a todo cuanto había en la mesa y ya! Que aún quedaba mucha ruta por delante.

Al poco rato estábamos atascados en un pedregal de importante desnivel y teniendo en cuenta que la ruta no acababa más que empezar, decidimos no entrenernos en aquello. Una caída tonta en la que rompamos una maneta y ya perdemos media mañana. Hoy no se trataba de domar la montaña sino de pasearnos por ella. Un pequeño rodeo y en nada estábamos de vuelta en el track previsto.

La zona es realmente bonita y accesible, lo que también la hacía bastante concurrida en familias, ciclistas, 4x4’s y en general todo ser humano con ganas de aire fresco. Creo que regalaban rosquillas o algo. El caso es que había que rodar con traquilidad y buena letra y así lo hicimos. Unas ruinas por aquí, otras por allá, impresionante mirador. Otro más. Unas fotillos de rigos, poneos todos juntos que esta amable montañera nos hace una de grupo. Otras fotillos a traición, acantilados abajo y buitres arriba… y con una temperatura perfecta para lo que tocaba, disfrutamos muchísimo del espectáculo que estas rojizas montañas proporcionan al visitante, que en grata compañía, te hacen sentir en el lugar donde tienes que estar. Hay formas y formas de desconectar de la rutina habitual y desde luego, aquella era una de las más efectivas.

Dejando atrás el Mirador de los buitres y la Torre y Ermita de Marcuello, con las impresionantes vistas a los Mallos de Riglos y atravesando frondosos bosques adornados por un curiosísimos y puntiagudo arbusto que Álvaro denominaría “asiento de la reina” y que nada tiene que envidiar al Toxo galaico por sus puntiagudas maneras... lo vimos a lo lejos!, allí estaba!. En ese momento no fue complicado imaginarnos caballeros de la orden de Loarre a lomos de nuestros corceles de brillantes crines… Majestuoso, imponente y como si los siglos no hubieran pasado por sus piedras, El Castillo de Loarre. Allí nos sentamos a dar buena cuenta de unas Ambar 1900 que nuestro cuerpo agradeció con salvas.

Retomamos marcha por buenas pisas y descendimos de los cielos para volver a los campos aragoneses. Ya se nos estaba haciendo algo tarde. Hoy, en alguna hora, teníamos que emprender camino de vuelta a casa y con 900 kms por delante, tocaba retorno. Pistas rápidas y con el sol palideciendo llegamos una vez más a casa de Álvaro y al lío. Mientras unos montaban las motos en el carro, otro se duchaba y así sobre las cuatro y media de la tarde teníamos montadas las motos en el remolque y un platazo de rica pasta en la mesa para reponer fuerzas… y rumbo a casa.

Un fin de semana para enmarcar. Buen tiempo, sin mayores percances, en grata compañía y con Alvaro y Merche de anfitriones, nada podía salir mal.

Álvaro!, te has ganado la condecoración máxima al anfitrión/guía motero del año, sin duda alguna.

Repetiremos seguro!!