12 ene 2015

Pingüinos 2015(¿?)


Galicia tenía que quedar fuera. No podía llegar a Valladolid por caminos si incluía mi abrupta y retorcida tierra en el “track off”. Solo salir de Galicia por caminos y senderos ya me podía llevar fácilmente la jornada entera y no disponía de dos días para llegar.

Arranqué a las ocho y media de la mañana del viernes, ya con un retraso horario que vengo asumiendo de siempre. Es así. Siempre lo hago. Me lío... y por carreteras generales y comarcales me planté en Ponferrada. Habían pasado unas tres horas desde la partida, pero para mi eran como tres minutos. Las ganas de moto lo relativizaban todo, salvo los primeros escalones que me encontré por los montes ponferradinos que me hicieron recapacitar. Así no llegaría a ningún sitio. Eso está bien para una salida diaria, pero para hacerse 500 kms en una jornada, imposible!. Así que busqué nuevamente el asfalto hasta dar con pista facilona y a medio camino entre Ponferrada y Astorga la encontré, y ahí sí, ahí es donde por fin me pude introducir en el track previsto y dejarme llevar por la corriente, que antes de darme cuenta, me había depositado en la misma Astorga y ni paré. Hacía mucho frío y necesitaba acción. Así que de vuelta a los caminos, y en poco rato ya me había plantado en La Bañeza y luego, tras un precioso paseo a orillas del río Jamuz y salvando un puente abandonado del ferrocarril, que no inspiraba demasiada confianza, llegué a Benanvente. Reposté por segunda vez y al toro, bueno, hacia la ribera del Duero mejor dicho! jeje…
Muchísima niebla me impedía abrir gas con la naturalidad que aquél terreno instaba, y con unas temperaturas que rondaban los cero grados, la niebla se hacia escarcha en mis gafas y estalactitas de hielo en la visera, nunca tal cosa me había sucedido antes, pero no quedaba otra, así que había que resignarse y tomar muchas precauciones. En realidad no iba mal del todo, pero estar rodando por primera vez por caminos castellanos y no ver lo que me rodeaba, era como estar corriendo sobre una cinta, siempre el mismo y blanquecino paisaje a mi alrededor y así hasta puertas de la preciosérrima Villa de Urueña, donde el sol empezó a calentar mi maltrecha estampa. Demasiado tarde. Ya anochecía y mi hambre de caminos me impedía ir parando de villa en villa por muy histórica que fuera, una pena. Proseguí dando todo el gas que podía y ahora con la ténue visibilidad del ocaso, pista abierta y de buen firme y al pique con mi propia sobra, logré ponerme a unos 15 kms de Valladolid y se acabó. Llegó la noche y con ella el asfalto. En solitario y con las ganas de birra que tenía, no me apetecía jugármela ni lo más mínimo.
Al rato pasaba por Valladolid en busca y captura de una gasolinera. La encontré, reposté y puse a desfilar a cuantos santos hay en el pórtico de la gloria. Tenía el escape colgando por los muelles. Había perdido la abrazadera a saber dónde, rota por su anclaje al subchasis, y ya es la segunda vez que me pasa. Busqué un taller por allí mismo y entre dos currantes y a su vez moteros que allí se ganaban la vida y con un trozo de matrícula, nos inventamos otra abrazadera. Listo!, solucionado, sin problema. Estaba en Valladolid y ya solo me quedaban unos 15 kms hasta Traspinedo, donde me esperaban mis amigos pingüineros. Abrazos, birras, lechal y copas. Mejorable?? Muy difícil!!.

El sábado tampoco estuvo nada mal, con Pingüinos cancelado, como bien era sabido, decidimos hacer nuestra propia pingüinada entre bodega y bodega, así que una por la mañana después de haber mal dormido la resaca, pinchos a medio día, y otra bodega a la tarde, y a pesar del terrible frío y humedad al que se ven sometidas las barricas y con ellas nosotros, la vinícola jornada discurría entre risas y muy buen rollo. Solo faltaba el broche final y ya un clásico de nuestra estancia en la casa del amigo Carlos, una barbacoa entre pecho y espalda que ya la quisiera Obélix. Más risas, birras, copas y para cama con el cachondeo habitual. Estoy seguro que alguno se quedó dormido entre ronquido y carcajada, alternando uno con otra jajaja.

El retorno se presumía incierto. Habían anunciado un surtido de niebla, lluvia, sol, nubes y cualquier otra cosa que se le pasara por la cabeza al trasnochado meteorólogo de guardia, así que ninguno sabía con lo que nos encontraríamos. Lo que si sé es que nada más salir de Traspinedo y con el sol derritiendo la escarcha del suelo, una pista de arena húmeda se materializaba ante mi rueda delantera y jugando a deslizar la trasera y calentando por retorcidos senderos, llegué a Valladolid. Carretera para pasar la capital y otra vez a los caminos, que precisamente el viernes me había perdido ante el inminente anochecer. Llegué a Urueña y paré para la foto de rigor que me había prometido en la ida y seguía calentando el sol. Proseguí entre extensísimos campos castellanos y seguía calentando el sol. Ahora sí!, ahora sí podía abrir gas como manda el manual del buen elececuatrista y con buena visibilidad, cualquier obstáculo que el viernes me encontraba por sorpresa, hoy lo predecía con tantísima distancia que decidir entre sortear aquel charco embarrado o pasarlo a gas, resultaba hasta ridículo, falto de emoción jajaja.
Hoy lo veía todo. La planicie castellana permite situar el horizonte a una distancia solo comparable a la línea que dibuja el mar con el cielo, y el cuadro es realmente especial. Había cazadores con sus perros y señoritos a caballo como si fuera el último domingo de sus vidas. Claro que en Galicia es igual, pero no se ven.
El camino de retorno sobre el mismo track de ida ya me resultaba conocido, o por lo menos sabía que no había ninguna zona de dificultad -¡¡¡- (no se pude estar siguiendo el Dakar y hacerse un finde de dos etapas con enlaces de 300 kms y especiales de 250, que uno se acaba creyendo Marc Coma jajaja), así que me limité a no perder la concentración y abrir gas con ganas para así poder hacerme toda Castilla por caminos sin que me sorprendiera antes la noche, y así fue. Cuando llegó ésta, ya estaba rodando sobre asfalto gallego, y al poco rato niebla y luego casa.

Disfruté muchísimo más de lo que nunca me hubiese imaginado. Abrir gas por Castilla tiene algo muy especial, es distinto y en ocasiones esa diferencia hace la magia. Y ayer había magia en cada sinuosa ladera, sendero, puente olvidado, o castillos y fortalezas que me salieron al paso. El próximo año repetiré, con algunas correcciones en el track para sortear un par de enlaces asfálticos que se me hicieron más extensos de lo deseable, pero repetiré experiencia sin duda alguna, por rodar en moto y por ver a mis amigos, que al final, son los que realmente motivan la aventura.